Debemos darnos a los demás y recibir de ellos en reciprocidad.
Leer | 2 Timoteo 4.9-22
20 de julio de 2015
La independencia es un atributo valorado socialmente, pero bíblicamente no es una buena aspiración. En ninguna parte de la Biblia dice: “Ayúdate que yo te ayudaré”. El mismo hecho de que el Señor formó la iglesia —una familia extendida de creyentes— debe decirnos que no nos creó para vivir aisladamente.
Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, el Espíritu Santo mora en nosotros para que podamos tener una relación deleitable con el Señor, y una amistad placentera con otros. En el plan de Dios, una amistad estrecha y fiel entre dos creyentes sirve para hacer crecer a ambas personas a semejanza de Cristo. En la Biblia encontramos una y otra vez evidencias de seguidores del Señor que confiaban en un amigo o un confidente. Pablo, en particular, hablaba con frecuencia de su dependencia de buenos amigos, y animaba a los demás a desarrollar el compañerismo cercano (2 Ti 2.22).
Me parece interesante que nuestro mundo moderno parece ir en dirección contraria. Cuanto más nos alejamos de Dios, más marcada se vuelve nuestra actitud de autosuficiencia. Los vecinos se tratan entre sí con desconfianza, y tal mentalidad ha invadido incluso a la iglesia. Somos reacios a dar a los demás, lo que a su vez nos hace renuentes a recibir de otros.
La Palabra de Dios nos exhorta a amarnos unos a otros, a llevar las cargas de nuestros hermanos, y a confesar nuestros pecados a otros creyentes (Jn 13.34; Gá 6.2; Stg 5.16). En otras palabras, debemos darnos a los demás y recibir de ellos en reciprocidad. Así es como los miembros de la iglesia pueden animarse unos a otros, con la actitud que agrada a Cristo.
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