La naturaleza de Dios es bendecir. Sin embargo, necesitamos entender que Él tiene un propósito mayor en mente. Su objetivo final abarca mucho más que hacernos felices, darnos paz, protegernos y prosperarnos. En realidad, la intención del Señor nunca ha sido que sus bendiciones se queden con nosotros, por el contrarío, desea que fluyan a otros como parte de su plan para toda la humanidad.
Como podemos ver en el pasaje de hoy, el Señor nos bendice de modo que su salvación, justicia y caminos puedan ser conocidos en todas las naciones del mundo (vv. 3, 4, 7). Él actúa siempre con esta perspectiva en mente, incluso cuando trabaja en nuestra vida de manera independiente.
Saber esto debe llenarnos de profunda humildad. Cada creyente tiene la responsabilidad de ayudar a otros a conocer y entender al Dios único y verdadero. Cada bendición que Él da nos beneficia personalmente, pero también está destinada a impulsar este propósito. Por otra parte, es posible que a veces no recibamos las cosas que queremos, porque no contribuyen al propósito de Dios. Pero si estamos dispuestos a ajustar nuestras peticiones, estaremos en condición de ser utilizados en gran medida por Él.
Cuando el Señor le bendice, no solamente hace algo para usted; también hace algo en usted y por medio de usted para tocar la vida de los demás. No permita que el gozo y el bienestar que dan las bendiciones le impidan ver el propósito de ellas. Pídale a Dios que le muestre cómo usar sus bendiciones para dirigir la atención de otras personas a Él.
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