El sincero clamor de David pidiendo ayuda llena los Salmos. Sus oraciones eran una mezcla de peticiones y de adoración que recordaban la grandeza de Dios. Orar con el reconocimiento de los maravillosos atributos de Dios nos recuerda que Él tiene poder, sabiduría y compasión para suplir nuestras necesidades.
“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Sal 139.7). Dios está presente en todas partes. No está limitado por el tiempo o el espacio, lo que significa que nunca hemos tomado un respiro fuera de su presencia. Incluso cuando nos sentimos solos o sin amigos, no lo estamos porque la presencia de Dios cubre al mundo.
“Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Sal 147.5). Dios lo sabe todo. Cuando nos arrodillamos para orar, Él ya está consciente de los sentimientos y de las necesidades que vamos a expresarle. Por eso, podemos estar seguros de que cuando le pidamos dirección, nos dará la guía clara si estamos sometidos a su voluntad.
“En [Dios] no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg 1.17). El carácter de Dios es siempre el mismo. Puesto que Él será siempre fiel, confiable y misericordioso, podemos poner nuestra confianza en el Señor en cualquier circunstancia.
Cuando recordamos un atributo de Dios que responde a nuestra necesidad, hacemos del Señor el centro de nuestra oración. Cuando incluimos alabanzas en nuestras oraciones, terminamos pidiendo menos, adorando mejor y recibiendo más por haber puesto énfasis en lo realmente importante.
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