Pablo y Bernabé fijaron el patrón para el trabajo misionero de la iglesia cuando obedecieron el llamado de Dios de lanzarse a la tarea. El cuerpo local de creyentes —los que se quedaron para predicar de Cristo a sus vecinos y amigos— equiparon a estos hombres para su viaje. Lo hicieron por las mismas razones que se aplican hoy día:
La condición espiritual de la humanidad. Romanos 1.21-32 describe a este mundo pecador. El pecado sin freno conduce a las personas a una pendiente resbaladiza que los lleva a tener una conciencia depravada y, al final, una mente incapaz de discernir lo correcto.
La provisión espiritual de Dios. El Padre celestial respondió a la condición de la humanidad con su gracia al enviar a su único Hijo para salvarnos. Cristo llevó en la cruz el pecado de todos nosotros: los vivos, los que ya no viven y los que nacerán. La oferta de salvación es para todos; la gracia de Dios no tiene en cuenta raza, religión y color (Ro 10.12). Quienes creen en Cristo han sido perdonados de su pecado, y pasarán la eternidad con Él.
La comisión dada por Jesucristo. Hechos 1.8 dice que recibimos el Espíritu Santo para que podamos dar testimonio eficaz a quienes necesitan salvación. Notemos que no debemos ir solo al lugar donde vivimos y trabajamos, sino a todo el mundo, donde hay personas esperando escuchar las buenas nuevas.
El propósito de la iglesia es adorar y testificar. Algunos irán, y otros enviarán, pero todos estamos llamados a la tarea de difundir el evangelio. No se trata de una sugerencia; es una orden (Mt 28.19). Los creyentes debemos involucrarnos en la tarea misionera.
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