Tres de los cuatro evangelios contienen el relato del joven que hizo una pregunta muy importante a Jesús: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” (Lc 18.18). Era un líder muy rico, y se consideraba un hombre de gran moralidad porque había guardado los mandamientos de Dios.
Pero se conducía bajo la falsa suposición de que realizar buenas obras hace a una persona digna de la salvación. Le preguntó a Jesús qué más tendría que hacer para asegurar su lugar en el cielo, además de todas las cosas buenas que ya había realizado.
Esto es lo que yo llamo “el gran engaño” —la falsa creencia de que la vida eterna puede ganarse con nuestros esfuerzos. Si damos crédito a esta mentira, entonces no entendemos el problema de nuestro pecado, y de cómo nos separa de Dios. La Biblia nos dice que hemos heredado una naturaleza pecaminosa a partir del primer hombre (Ro 5.12). Desde entonces, la humanidad ha estado en rebeldía contra el Señor y bajo el juicio divino. No hay nada que podamos hacer para pagar por nuestro pecado.
Si este fuera el final de la historia, seríamos seres sin esperanza. Pero la buena noticia es que el Padre celestial reconoció nuestra difícil situación, y misericordiosamente nos facilitó el camino al cielo (Jn 14.6).
Cuando Dios nos hizo a su imagen, nos creó para vivir eternamente. Por eso, aunque nuestro cuerpo terrenal perecerá, nuestro espíritu no morirá jamás. La pregunta acerca de la vida eterna es importante, ya que pasaremos la eternidad, bien sea con Dios en el cielo, o bien en un estado insufrible, separados para siempre de Él (Mt 25.34, 41).
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