En Mateo 22.39, Jesús nos dice que el segundo mandamiento más grande es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nuestro amor por los familiares, amigos, vecinos y hermanos de la iglesia se demuestra mejor cuando llevamos sus cargas tal como lo hizo Cristo. Pero el Señor no solo tomó sobre Él en la cruz nuestra deuda de pecado; también fue partícipe de los sufrimientos de quienes buscaban su ayuda, como el ciego Bartimeo (Mr 10.46), la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8.3-11) y los oprimidos por demonios (Mt 4.24). Jesús no hace diferencia entre los que Él ama y las cargas que llevará por ellos.
Muchas veces nos sentimos tentados a ser selectivos al decidir a quiénes ayudar, pero de acuerdo al ejemplo de Jesús no podemos llevar las cargas de alguien basándonos en si la persona ha vivido a la altura de las normas que hemos establecido. Hay personas que nunca se vestirán como nosotros o que nunca alcanzarán nuestro nivel académico ni económico. Pero esas mismas personas pueden estar sufriendo y tener necesidad de que alguien las ayude a sobrellevar sus dificultades. Por eso, una sincera expresión nuestra del amor de Dios puede transformar la vida de una persona abrumada por los problemas.
Aunque sabemos que aliviar las cargas de alguien cumple con la ley de Cristo, muchas veces le pasamos esa responsabilidad al pastor. Pero el Señor quiere algo diferente para sus hijos. Nuestras experiencias personales nos preparan para ayudar de maneras que el pastor, quien a su vez tiene experiencias diferentes, no podría. Pídale a Dios que le ayude a saber cómo ayudar a los que están cerca de usted llevando alguna carga.
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