Tal vez usted ha visto un programa de televisión en el que una persona distraída está a punto de ponerse al frente de un vehículo en marcha. De repente, otra persona corre hacia ella, y la sujeta fuertemente para evitar una catástrofe. Atónita e indignada, la casi víctima se irrita y se dispone a pegarle a su salvador; es decir, hasta que se da cuenta de que acaba de ser salvada de algo terrible. Lo que al principio parecía malo, resultó ser muy bueno.
Las tormentas en nuestra vida pueden, a veces, tener un propósito semejante. Es fácil estar tan atrapados en la rutina diaria, o preocupados por perseguir una meta, que no nos damos cuenta del bien que el Señor tiene en mente. Cuando estamos enfocados en nuestros deseos, también nos hacemos más vulnerables a tomar decisiones que no concuerdan con su Palabra.
Puesto que Él quiere lo mejor para sus hijos, nuestro Padre celestial hará todo lo que sea necesario para ponernos en una posición que nos permita recibir su bendición. Ahí es cuando de repente nos encontramos en medio de una tormenta; la vida estuvo antes soleada y resplandeciente, pero ahora nos enfrentamos a la turbulencia o incluso al dolor. Esos reveses pueden tomarnos desprevenidos, y hacer que nos preguntemos, ¿Por qué permite Dios que me suceda esto?
Aunque el Señor permite, a veces, tormentas en forma de problemas y dificultades, su propósito nunca es hacernos daño. Si usted está pasando por una prueba difícil en este momento, Dios puede estar tratando de dirigir su atención hacia Él. Es posible que esté trastornando los planes que usted tiene para poder llevar a cabo los de Él.
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