Razones para desobedecer
Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos dejar de ser desobedientes.
Leer | Juan 14.15
31 de enero de 2015
Cuando los padres preguntan a sus hijos por qué no hicieron lo que se les pidió, la respuesta a menudo es una excusa. “No te oí”, “no tuve tiempo”, y “no sabía que lo querías de inmediato”, son palabras familiares a los oídos de los padres.
De manera parecida, nosotros tenemos la tendencia a dar al Padre celestial una serie de justificaciones cuando dejamos de hacer lo que debemos. Las excusas son un intento por trasladar la responsabilidad de lo que hemos hecho (o dejado de hacer) a algo o alguien más.
Podemos incumplir los planes de Dios por otra razón: la mezquindad. No obstante, la generosidad —dar como el Señor manda, aprovechar la oportunidad de dar palabras de aliento, o utilizar nuestro tiempo para ayudar a otros— trae bendición.
Actuar en contra de nuestra conciencia es otro obstáculo. Nos hace sentir culpables por nuestra acción, pero queremos seguir haciéndolo de todos modos. En esta condición, encontramos que nuestra concentración disminuye, lo que nos impide poner todo el caudal de experiencias, habilidades y destrezas en el trabajo que Dios nos ha asignado.
El último obstáculo es la negligencia, que está acompañada a menudo por muchas excusas, y que produce el mismo resultado. Por ejemplo, el Señor manda a todos a practicar el “servirse unos a otros” (Ro 12.9-16), pero con frecuencia su instrucción es ignorada porque implica bastante esfuerzo.
Con la ayuda del Espíritu Santo, podemos dejar de ser desobedientes. ¿De cuál de estas excusas necesita arrepentirse?
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