Jesús fue muy claro cuando dijo a sus discípulos que no estarían listos hasta que recibieran poder de lo alto.
Leer | Romanos 8.11-14
29 de mayo de 2015
La lectura de ayer mostró pruebas bíblicas de que el Espíritu Santo es una persona. Pero un error muy persistente lo presenta como una especie de fuerza abstracta. La creencia subyacente es que “el poder del Espíritu Santo” es algo que los cristianos ejercen por sí mismos. Pero, en realidad, la frase se refiere a la actividad de Él en la vida del creyente.
Jesús fue muy claro cuando dijo a sus discípulos que no estarían listos hasta que recibieran poder de lo alto (Lc 24.49). Se necesitan dos —el creyente y el Espíritu Santo—para vivir en victoria. Él viene a morar en nosotros en el momento que recibimos el perdón de Cristo por nuestros pecados. De allí en adelante, la tarea del Espíritu es preparar a los creyentes para su ministerio diario de mostrar al Señor al mundo.
Cuando el apóstol Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, estaba hablando de la presencia interior del Espíritu Santo (Fil 4.13). Lo que esto significa es que en el creyente hay fuente de poder. El Espíritu obra por medio de las personas para llevar a cabo lo que es imposible que ellas logren por sí solas. De hecho, la Biblia dice que Él es “poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef 3.20). Lo cual Pablo demostró con su fértil ministerio.
¿Le está llamando Dios a hacer cosas “mucho más abundantemente” de lo que usted cree que puede realizar? ¡Deje de ofrecer excusas, y ponga manos a la obra! En usted hay un potencial sin explotar —no por sus propias fuerzas o capacidades, sino por el poder sin límites del Espíritu Santo, el cual se liberará en respuesta al actuar usted con fe.
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