Nuestro Padre nos llama a comunicarnos con Él para poder atraernos más cerca de su corazón, e involucrarnos en la edificación del reino.
Leer | Salmo 103.19-22
1 de mayo de 2015
El reconocimiento de que Dios es soberano provoca algunas preguntas sobre la naturaleza de la oración. Concretamente, muchas personas me han preguntado: “Si el Señor tiene el control, ¿por qué espera que oremos?”
La oración nos lleva a cooperar con lo que Dios ha resuelto llevar a cabo. Él desea involucrar a los creyentes en el trabajo que está haciendo, tanto en el mundo como en sus vidas. Pero la palabra “trabajo” es engañosa cuando se trata de nuestra fe. A diferencia del afán que vemos en el mundo, lo que Dios desea es que confiemos en Él (Jn 6.29), le entreguemos nuestras cargas, madure nuestra relación con Él, y le permitamos que obre a través de nosotros.
En Juan 17.11, Jesús le pidió a Dios que protegiera a los discípulos por el poder de su nombre. ¿Pensaba Él que podían perder su salvación o apartarse de su compromiso? Claro que no. Jesús era Dios en carne humana. Él sabía exactamente lo que iba a suceder, y cómo esos hombres darían a conocer el evangelio y permanecerían fieles hasta la muerte. Pero Jesús estaba involucrándose en el plan del Padre al interceder por ellos.
Dios, por supuesto, puede construir su reino sin nuestra ayuda. Pero orar y trabajar junto a nuestro Señor robustece nuestra fe en su poder.
Hablar con el Dios todopoderoso es un privilegio. El Señor le ha creado a usted para que lo ame, y para ser amado por Él. La oración es la manera como esa conexión se nutre y se desarrolla. Nuestro Padre nos llama a comunicarnos con Él para poder atraernos más cerca de su corazón, e involucrarnos en la edificación del reino.
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