Los mandatos de Dios desafían a veces la lógica humana. Tomemos, por ejemplo, el mandato de regocijarse en la persecución. No tiene sentido hasta que nos damos cuenta del efecto que tiene la alabanza —ella nos mantiene enfocados en el Señor y las cosas buenas que Él puede sacar de las dificultades.
El apóstol Pablo experimentó más abusos y sufrimientos de los que jamás experimentaremos la mayoría de nosotros. Fue golpeado, sometido a juicio y encarcelado, pero veía más allá de esas dificultades lo que el Señor estaba haciendo por medio de su vida. Es decir, aunque no se alegraba por estar preso, podía celebrar el gran ministerio que tenía entre los guardias de su prisión.
Si creemos que Dios tiene el control y cumple sus promesas, entonces debemos confiar en el principio de Romanos 5.3-5. Este pasaje nos asegura que nuestras dificultades tienen un propósito. Específicamente, desarrollan nuestra paciencia, fortalecen nuestro carácter y afianzan nuestra esperanza. Dos bendiciones inmediatas del sufrimiento son el aumento de nuestra fe y la preparación para servir más al reino.
El Señor sacará algo bueno de nuestra persecución, como lo hizo con Pablo. Pero si permitimos que la duda nuble nuestra fe, no seremos capaces de regocijarnos por lo que Él está haciendo en nuestra vida y por medio de ella. Y si no podemos regocijarnos, estamos en peligro de rendirnos antes de que la buena obra de Dios pueda ser terminada. Regocijarnos nos mantiene enfocados en el Señor y en su propósito, para que podamos comprender el significado de nuestras pruebas y recibir nuestra recompensa.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.