Lucas 19.1-10
Zaqueo trabajaba como jefe de los recaudadores de impuestos para el gobierno romano, y por su profesión era despreciado por sus coterráneos judíos. Cuando Jesús lo descubrió y le pidió visitar su casa, la multitud quedó consternada: el Señor se estaba relacionando con alguien cuya conducta le hacía pecador a los ojos de ellos. El Salvador respondió: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc 19.10).
La palabra perdido es un término bíblico que se utiliza para describir la situación espiritual de toda persona que todavía no ha recibido a Jesucristo como Salvador personal. En ese estado, una persona está separada de Dios: hay vida física, pero no conexión espiritual con el Padre celestial. Perdido no tiene nada que ver con la ubicación física; se refiere a falta de vida espiritual (Ef 2.1), cuando la mente está ciega a la verdad de Dios.
La humanidad se convirtió en pecadora por la acción desobediente del primer ser humano: Adán. Cuando él apoyó el plan de Eva y desobedeció a Dios, su naturaleza se volvió rebelde, y todas las generaciones a partir de entonces han heredado sus tendencias carnales pecaminosas. Toda persona nace en este mundo con una naturaleza que no busca a Dios (Ro 5.12).
Zaqueo era pecador por su condición perdida, no por su codiciosa profesión. La buena conducta no nos hace cristianos, ni la mala nos descalifica. El recaudador de impuestos recibió la salvación por su fe en Jesús. Al confiar en Cristo como Salvador, nosotros, al igual que Zaqueo, ya no estamos perdidos; somos hechos espiritualmente vivos. ¡Aleluya!
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