El pasaje de hoy enseña que el amor “no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13.6). Esto significa que los cristianos no debemos obsesionarnos con los errores de otra persona y renunciar a ella como si fuera un delincuente despreciable y sin remedio. El amor nos permite odiar el mal hecho injustamente al inocente, pero al mismo tiempo respetar a quien cometió la acción. Dicho más sencillamente, odiamos el pecado pero amamos al pecador.
A pesar de lo que parezca evidente en cuanto a una persona que ha sido impulsada a cometer una mala acción, Dios la creó con el potencial de hacer algo bueno. Por fuera puede parecer como si una crianza deficiente, los malos tratos, o las influencias negativas dañaron de manera irreparable su moral y su perspectiva del mundo. Para estas personas, la capacidad de amar y elevarse por encima de las circunstancias puede estar enterrada tan profundamente, que puede parecer inexistente.
Dios sigue considerando digna de salvación a la persona más malvada y corrupta. ¿Por qué sé que es así? Porque la Biblia dice que toda persona que crea en el Hijo de Dios tendrá vida eterna (Jn 3.16). Muchos somos culpables de pensar que merecemos su amor porque parecemos muy buenos en comparación con otras personas. Pero Dios ama a todas las personas, no importa qué tan horrible sea su pecado.
Dios no quiere que maltratemos a los demás; las malas acciones tendrán consecuencias y serán castigadas. Sin embargo, el Señor ofrece amor, misericordia y salvación a cualquiera que la desee. Él no guarda rencor, ama incondicionalmente y, por tanto, desea que amemos de la misma manera.
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