El Señor Jesús hace una clara, poderosa e inequívoca declaración en Juan 14.6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.
La gente ha rechazado esa declaración por más de 2.000 años. Algunos dicen que Jesús no lo dijo literalmente, mientras que otros rechazan su autoridad para decir tal cosa. Pero, como creyentes en el señorío de Cristo, debemos creer que es verdad lo que Él dice. Por tanto, pensemos un momento en la imagen verbal de ese versículo.
Cuando Jesús dice ser “el camino”, muchos piensan en una calle de un solo sentido. Saben que hay muchas calles, pero Él es la única que lleva al Padre. Es una buena imagen, pero pienso que podemos hacer un mejor análisis.
Me gusta pensar en Jesús, no como un camino, sino como un puente, nuestro puente hacia Dios. Consideremos la advertencia del apóstol Pablo en Romanos 3.23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. La imagen aquí es la de un gran abismo entre Dios y nosotros que nos impide llegar a Él.
Entonces, ¿cómo hacerlo? La única manera es por medio de un puente, de un canal que nos dirija sin desvíos, ¡por supuesto! Eso es Jesús para nosotros; nunca podremos estar en mejores manos que en las de nuestro Señor. Él está en el medio para permitirnos cruzar con seguridad hasta los amorosos brazos del Padre celestial.
Medite en esta imagen mental. Cuando nos imaginamos impotentes y perdidos, con un cielo lejos de nuestro alcance por la gran división que nos separa, podemos apreciar de verdad el poder de la cruz.
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