Nunca olvidaré la mejor presentación que he recibido como orador invitado. El presentador dijo simplemente: “Tengo el gran placer de presentarles a mi hermano, Charles Stanley, siervo del Dios Altísimo”. No pude moverme de mi asiento por unos momentos; estaba muy impresionado por esta presentación que glorificaba al Señor e identificaba mi verdadera posición.
La Biblia describe a los creyentes como embajadores (2 Co 5.20), soldados (2 Ti 2.3), y santos (Ef 2.19). Pero el más alto honor que podemos recibir es ser llamados siervos del Dios Altísimo. Quienes mueren a sí mismos para obedecer la voluntad del Señor, pueden ocupar el último lugar desde la perspectiva del mundo, pero son los primeros en su reino.
Lamentablemente, algunas veces el servicio a Dios es asociado solo con lo que se hace en la iglesia. Ser el pastor de la iglesia o estar al frente de algún ministerio es considerado un acto de servicio. Pero el hombre que hace un trabajo aparentemente menos importante, y la mujer que limpia el templo, tienden a ser vistos como personas que simplemente hacen su trabajo. Pero desde el punto de vista de Dios, el trabajo bien hecho le da tanta gloria a su nombre como el himno elevado en alabanza (Col 3.23, 24). Así que, ¡ánimo! Si usted está haciendo un trabajo de calidad y esforzándose por tocar positivamente las vidas de quienes le rodean, entonces está sirviendo a Dios.
El servicio al Señor no tiene que ver con lo que hagamos, sino con qué tan bien hacemos lo que nos ha sido asignado. Dios no mide el éxito solo por lo que uno logra. Un buen siervo comparte la actitud de humildad de Cristo y la motivación de Él para alcanzar a las personas con el amor de Dios.
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