Los discípulos se reunieron alrededor de una mesa para celebrar la Pascua con Jesús. Si uno de ellos hubiera sido más atento con los demás, o si uno hubiera tenido una actitud servicial, habría hecho lo mismo que hizo Cristo. Habría tomado agua y una toalla, se habría arrodillado delante de los otros doce hombres, uno a la vez, y les habría lavado los pies. Jesús vino al mundo para servir (Mt 20.28). Estuvo dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para cambiar los corazones de los hombres y llevarlos al conocimiento salvador de Dios.
Como el más bajo de los siervos de la casa, esta persona tenía el desagradable trabajo de lavar los pies de alguien que entrara en ella. Y esa fue la tarea que Cristo realizó voluntariamente esa noche, justo antes de que comenzaran su juicio y sus sufrimientos. Su acto era un anuncio del servicio que estaba a punto de rendir a su Padre y al mundo entero, al morir en la cruz por los pecados de la humanidad.
Quienes creemos en Cristo no lo llamamos “sirviente”; lo identificamos como nuestro Señor. Así que, cuando Él dice que el siervo no es mayor que su señor, está hablando de nuestra relación con Él (Jn 13.16). Los creyentes doblan sus rodillas ante el más humilde siervo de Dios, su Hijo. ¿Qué está usted haciendo para el Señor?
Los cristianos somos hechura de Dios, creados para buenas obras (Ef 2.10). Es decir, hemos sido salvados para servir. Por tanto, no hay ninguna excusa válida para negarse a hacerlo. Cuando usted se rinde al Señor, pone el pie en la senda de Jesucristo, la cual es la mejor manera de vivir.
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