Todos hemos experimentado tentaciones, pruebas y sufrimientos. Aun los cristianos debemos padecer sufrimientos, ya sea por la muerte de seres queridos, bancarrotas, pérdida de empleo o relaciones rotas. Pero, aunque no somos inmunes a los tiempos de dificultades, tenemos el poder, por medio del Espíritu Santo, de soportarlos. El Salmo 46.10 dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. La expresión “estad quietos” indica que nuestra mejor respuesta a las frustraciones es confiar en el Señor.
¡Qué admirable es saber que, como hijos de Dios, tenemos una línea de comunicación directa con el Padre, aun en medio de las dificultades! Por tanto, no tenemos que reaccionar como lo hace el mundo, con ira, depresión y venganza. Tampoco tenemos que arreglar las cosas con nuestras fuerzas. Es seguro que seremos tentados por la carne, pero si “estamos quietos” aprenderemos a confiar más en Dios cada día.
La verdad es que las dificultades no forman el carácter; solo lo revelan. Una de las respuestas más comunes a las dificultades es la ira. En momentos de frustración, corremos el riesgo de tomar decisiones impulsivas que podrían afectar el resto de nuestra vida. Pero, en vez de dejarnos vencer por las emociones, debemos estar quietos y confiar en Aquel que puede hacer que todo resulte para nuestro bien (Ro 8.28).
En este mundo, los problemas no van a desaparecer (Jn 16.33). Pero cuando las tormentas amenacen en el horizonte, abróchese el cinturón y confíe en que Dios le guiará. En Él, y solo en Él, podrá usted mantenerse quieto y tranquilo.
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