Chismear es considerado un pasatiempo relativamente inofensivo, en especial, cuando se le compara con pecados como el asesinato o el adulterio. Satanás ha pintado al chisme como algo insignificante, pero si examinamos esta mentira, veremos la horrible verdad. Dios, en la Biblia, pone al chisme entre los pecados más viles (Ro 1.28-31).
Nada en cuanto al chisme es inofensivo. Ya sea que lo dicho dañe intencionalmente, o solo sea algo frívolo, una persona puede ser herida o avergonzada. Un amigo mío se propuso encontrarle el origen a una dañina habladuría acerca de él. Le preguntó a una persona tras otra: “¿Dónde escuchó usted eso?” Después de conversar con diecisiete pastores, descubrió a la persona que había originado el rumor. Esta persona reconoció que había especulado en voz alta en cuanto a una situación que no conocía bien. Una reacción en cadena había comenzado con un hombre que sacó una conclusión apresurada mientras conversaba con un amigo.
Aunque la víctima nunca se entere de lo que se habla a sus espaldas, el chisme siempre tiene consecuencias. Las personas que riegan cuentos revelan su condición interna: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12.34). De una lengua venenosa brotan la envidia, los resentimientos o el orgullo que llevan por dentro.
El chisme tiene el poder de herir, destruir reputaciones y dividir iglesias. No tenemos el derecho de dañar la vida de nadie. Dios es el único a quien debemos acudir cuando oigamos un rumor. Los que enfrentan pruebas necesitan de oración, no de lenguas que pregonen su desgracia (Gá 6.2).
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