Al confiar en Cristo, una persona entra en una relación permanente con el Padre celestial. Como creyentes, tenemos la responsabilidad de mantenerla firme.
Primero, debemos aprender acerca de nuestra nueva familia. Una parte esencial y continua de la vida familiar implica conocer y ser conocidos por los otros miembros. En la Biblia, Dios ha dado una descripción detallada de sus atributos, valores y pensamientos. Y debido a que Jesús vino al mundo, podemos entender mejor el carácter de Dios. Al meditar en la Palabra, nuestra conciencia del Dios trino crecerá.
Segundo, debemos mantenernos en estrecho contacto con Dios mediante la oración y el estudio de su Palabra, y rechazar la tentación de poner a las personas, el trabajo o los placeres antes que a Él. Las relaciones florecen con la comunicación, pero se marchitan con el descuido.
Tercero, debemos responder a lo que Dios ha dicho. Él dio instrucciones para la vida, y enseñó lo que le agrada. En las familias sólidas, las personas se cuidan unas a otras. De la misma manera, necesitamos prestar atención a las advertencias del Padre celestial, y obedecer sus preceptos.
Por último, debemos volvernos cada día más semejantes a Dios. Si cooperamos con la obra transformadora del Espíritu Santo, empezaremos a pensar y actuar como nuestro Padre celestial.
Dios Padre proveyó la salvación a través de su Hijo, quien murió para que pudiéramos tener vida. Jesús nos dio un ejemplo a seguir: una vida de servicio compasiva y obediente. El Espíritu de Dios está haciendo su obra de santificación en nosotros 1 P 1.2).
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