Al ser llamado por el Señor a una vida de discipulado y servicio, Pedro dejó su profesión de pescador para convertirse en el líder de la iglesia en Jerusalén. Podemos aprender mucho de la transformación que experimentó por sus logros y sus fracasos.
Pedro fue el primero que reconoció públicamente que Jesús era el Mesías. Cuando el Señor preguntó a los discípulos quién creían ellos que era, Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16.16). Al confesar resueltamente su fe delante de los demás, no se cohibió por temor a lo que pudieran pensar. Igualmente, la base de nuestra identidad, tanto en público como en privado, tiene que ser que somos seguidores de Cristo. Nuestras palabras y acciones deben proclamar que le pertenecemos a Él.
Después del arresto de Jesús, la fe de Pedro flaqueó. Cuando lo desafiaron a decir si había estado con Jesús, lo negó. Tal como lo había profetizado el Señor, el apóstol negó tres veces su relación con Él. ¡Qué lágrimas tan amargas las del discípulo por su acción! (Mt 26.69-75). Después de su resurrección, Jesús perdonó a Pedro, y luego lo llamó a amar a las “ovejas perdidas” del mundo (Jn 21.15-17). En Pentecostés, después de ser lleno del Espíritu Santo, Pedro comenzó su ministerio anunciando el evangelio a miles de personas (Hch 2.6-11, 41). Por medio del poder de Dios, muchos fueron salvos.
Pedro es un buen ejemplo de la clase de persona que nuestro Padre celestial puede utilizar: a alguien con fortalezas y debilidades, que aprende de sus errores y que es obediente a los propósitos del Señor. ¿Está usted resuelto a seguir el plan de Dios para su vida?
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