En Juan 14.15, Jesús enseñó a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. En varias ocasiones, repitió la conexión entre el amor y la obediencia, debido a su gran importancia (vea v. 23; 1 Jn 5.3; 2 Jn 1.6).
Obedecer el plan de Dios equivale a decirle: “Te amo”. Tener la perspectiva correcta de la obediencia nos permite soportar cualquier dificultad. Y Dios derrama sus bendiciones sobre quienes le obedecen.
Considere el ejemplo de Pedro. El Señor Jesús le pidió que le permitiera utilizar su barca para predicar a la multitud. Después de haber pasado toda la noche sin atrapar ningún pez, Pedro podría haber dado a Jesús una excusa —que estaba demasiado cansado o que había mucha limpieza por hacer. Pero, en vez de eso, respondió positivamente a la petición de Jesús, y dio un paso hacia la vida de obediencia y bendición. Visto superficialmente, prestar una embarcación para ayudar a Jesús no parecía ser importante más allá de ese momento. Pero Dios tenía más en mente. Iba a usar la vida de Pedro, y le haría un pescador de hombres (Mt 4.19).
Puesto que somos incapaces de prever lo que el Señor tiene en mente, es posible que no podamos comprender la importancia de lo que Él nos pida. Podríamos estar tentados a modificar su petición para que se adapte a nuestro gusto, retrasarla para un momento más conveniente, o simplemente no hacer nada. Tales acciones son siempre poco sabias.
Dios recompensó a Pedro con el servicio en su reino. Él quiere hacer lo mismo con nosotros. ¿Cómo le está moviendo el Espíritu, y cuál es su respuesta?
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