Imagínese que vamos a un lujoso restaurante para cenar. La mesa está arreglada con un fino mantel, vajilla de porcelana y copas de cristal. El camarero le coloca su plato, pero en medio de ese bello plato de porcelana hay apenas un malvavisco. ¡Qué decepción! En vez de recibir una nutritiva y sustanciosa comida, lo que le sirven es una pelota esponjosa de azúcar que no le ofrece ninguna satisfacción.
Si no somos cuidadosos, nuestra vida puede llegar a parecerse a esa decepcionante cena. En vez de ser cristianos con un mensaje lleno de esperanza, podremos llegar a ofrecer solo un poco de dulzor. El mensaje de Dios es para nutrir y sostener; nuestros familiares, amigos, e incluso nosotros mismos, no podemos quedar satisfechos con una pobre nutrición. Nuestro Padre celestial quiere que influenciemos a las personas, a tal punto que les resulte imposible ser las mismas después de habernos conocido.
Si el Señor está creando un mensaje valioso en nuestra vida, debemos recibir todo lo que nos presente como venido de Él. Cuando algo malo es filtrado por la voluntad permisiva de Dios, Él sacará algo bueno de eso (Cf. Ro 8.28). A decir verdad, una persona puede dar un mensaje de esperanza con mayor efectividad si ha sufrido. En medio de sufrimiento, buscamos consuelo de quienes han enfrentado algún dolor parecido al nuestro. De igual modo, los demás confiarán en el consuelo que les demos, si ya hemos pasado por lo mismo.
Sean cuales sean las circunstancias, debemos evaluar lo que Dios está haciendo en nosotros. Cuando buscamos primero sus propósitos y sus lecciones, apresuramos el momento en que nuestro mensaje de vida refleje la esperanza que se encuentra en Cristo Jesús.
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