Como creyentes, debemos hacer todo lo posible para parecernos cada vez más a Dios (Ef 4.15). Cuando Él es el Señor de nuestra vida, es necesario que demostremos ciertas características. He recopilado un breve inventario de referencias espirituales para ayudarle a evaluar su progreso. Pero recuerde, solo la Biblia puede indicarle la magnitud de su crecimiento.
Sabemos que estamos creciendo cuando nos volvemos más conscientes de nuestra pecaminosidad y debilidad. Al estudiar la vida de los primeros cristianos, es obvio que ellos no “mejoraron” con la edad ni con la madurez espiritual. Por el contrario, se hicieron más dependientes del Señor. Lo cual quiere decir que crecemos espiritualmente cuando respondemos al pecado con arrepentimiento. Negarse a enfrentar el pecado es rebeldía contra Dios. Los creyentes que crecen se alejan de lo malo y se apegan a lo recto. Si experimentamos las bendiciones de la dependencia y el arrepentimiento, nuestro deseo de obedecer se intensifica y la atracción al pecado disminuye.
El crecimiento se caracteriza por el aumento tanto de gozo como de lucha. La fe se desarrolla por medio de las dificultades, porque gozar de confianza en medio de sufrimiento nos ayuda a lograrlo. Por tanto, maduraremos cuando juzguemos las pruebas y las tentaciones como oportunidades para crecer.
Pablo, David y Daniel demostraron que la adversidad puede ayudar a formar gigantes espirituales. Estos hombres reconocieron a Dios como el guardián de sus vidas. Maduramos cuando discernimos que todo lo que nos sucede viene del Señor, y por tanto, Él está obrando para nuestro bien (Ro 8.28).
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