David tenía la confianza de que el Señor estaba siempre a su mano derecha (Sal 16.8). Sus salmos revelan que, al examinar su vida, veía la huella de Dios. Como David, debemos preparar nuestros ojos espirituales para percibir la evidencia de la presencia de nuestro Padre celestial. Ver a Dios con ojos espirituales no es verlo de vez en cuando; es un estilo de vida. En el Sermón del monte, Jesús dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5.8). Quienes andan delante del Señor con una conciencia limpia controlarán sus pensamientos pecaminosos, hábitos, actitudes y palabras. Echan fuera el pecado, y viven rectamente. Estos creyentes tienen una claridad espiritual que agudiza su conciencia de la presencia de Dios y de sus bendiciones.
Hace varios años desarrollé un hábito que me ha ayudado a enfocarme en Dios. Cuando me acuesto, hablo con el Señor antes de dormirme, y trato de recordar qué cosas me sucedieron en el día. Lo que hago, en realidad, es buscar evidencias de la actividad del Señor. ¿Cómo guió Él cierta decisión? ¿Cuál fue su respuesta a algún problema? ¿Cómo me protegió en alguna situación? El ver la actividad de Dios por segunda vez (incluso cuando la experiencia inicial fue difícil), graba más profundamente en mi corazón la realidad de su amor.
La evidencia del gran poder de Dios está en toda nuestra vida. Ver al mundo con ojos espirituales bien abiertos cambia nuestra perspectiva. En vez de decir: “No puedo”, diga: “Puedo, porque el Señor me da poder”. Viva confiado en nuestro amoroso y omnipotente Dios, quien mora en usted.
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