En el momento en que una persona es salva se convierte en una creación totalmente nueva, apartada para los propósitos de Dios (2 Co 5.17). Él tiene un plan específico para la vida de cada creyente (Ef 2.10), y da a cada uno de sus hijos lo necesario para lograr ese plan (2 P 1.3).
Piense en la vida de Sansón. Cuando nació, Israel estaba bajo el dominio de los filisteos. En esa perversa cultura “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue 21.25). Dios dispuso que Sansón fuera apartado para su servicio, y así comenzara “a salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jue 13.5). Para prepararlo, el Señor le dio padres temerosos de Dios, buena crianza y fuerza humana extraordinaria. Fue grandemente bendecido a medida que maduraba, y se convirtió en juez de Israel, con la autoridad para llevar a cabo la voluntad de Dios.
Sansón estaba equipado con todo lo necesario para cumplir con el propósito del Señor. Pero tenía una gran debilidad: la lujuria —la cual finalmente lo llevó a su caída. Como resultado, terminó siendo un prisionero, y ya no estuvo en condiciones de cumplir con la responsabilidad dada por Dios.
El equipamiento de Dios incluye la capacidad de no ceder a nuestras debilidades. Pero debemos estar dispuestos a huir de la tentación y obedecer al Señor. Sansón tenía un enorme potencial para hacer lo correcto para Dios, y nosotros también. Pero eligió el pecado y sufrió las consecuencias. ¿Qué va a elegir usted hoy: acudir a Dios en busca de ayuda o ceder a su debilidad?
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