La salvación es un regalo de Dios. Se obtiene por medio de la fe en Jesucristo, quien hizo todo lo necesario para lograr nuestro perdón y la reconciliación con el Padre celestial. No podemos añadir nada a esta transacción; nuestra parte es simplemente creer.
Pero, a partir de ese momento, cada uno de nosotros debe tomar una decisión: ¿Seguir a Cristo o simplemente hacer lo que queramos? Si limitamos nuestro cristianismo al simple hecho de sentarnos en la iglesia los domingos, nos perderemos de la aventura más grande de nuestra vida. Ser discípulo de Cristo requiere que nos involucremos activamente en nuestra relación con Él, y en el servicio a los demás.
El Señor nunca dijo que sería fácil seguirle. Dijo claramente que requeriría abnegación, sacrificio y sufrimiento. Con esa descripción, no es de extrañar que tantos creyentes hayan tratado de hacer del cristianismo un espectáculo deportivo. Seguir a Cristo significa permitir que Él dirija nuestra vida. Renunciar a nuestro derecho de hacer lo que queramos para someternos a su voluntad, aunque sea difícil o no se ajuste a nuestras preferencias. Si no entendemos lo bueno, amoroso y sabio que es nuestro Dios, andar en su voluntad puede atemorizarnos o incluso parecernos una tontería.
Pero quienes se niegan a sí mismos para seguir a Cristo descubren que no pierden nada y lo ganan todo. Aun cuando sus seguidores se encuentren en una temporada de dolor y sufrimiento, el Señor les dará paz interior y gozo que trasciende las circunstancias. ¿Está usted siguiendo a Cristo? Su estilo de vida, palabras y actitudes revelan quién gobierna realmente su vida.
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