¿Qué podemos hacer con nuestro dolor cuando, a pesar de nuestras súplicas, Dios no nos lo quita? Él sabe que estamos sufriendo, pero no hace nada. ¿Cómo puede ser un Dios misericordioso, y no ayudarnos?
El pasaje de hoy nos da una visión íntima de un asunto muy doloroso en la vida de Pablo. No sabemos exactamente lo que era el “aguijón en la carne”, pero lo que dice que aprendió por medio de esa experiencia es un ejemplo maravilloso de lo que Dios quiere enseñarnos por medio de la adversidad.
En primer lugar, Dios tiene el dominio de la situación. A fin de cuentas, fue Él quien permitió el aguijón, y quien tiene el poder de quitarlo.
Segundo, Dios da prioridad a lo espiritual. Pablo quería alivio físico, pero el Señor estaba actuando para su bien espiritual. El aguijón era una protección contra el orgullo, el cual habría obstaculizado seriamente el ministerio de Pablo y dañado su carácter. Todo lo que Dios permite para afligir a los creyentes está concebido para protegerlos del pecado, producir santidad y prepararlos para el servicio fiel a Cristo.
Tercero, la gracia de Dios es suficiente. El Señor no quitó el dolor, pero le dio a Pablo tanto la gracia para soportarlo como las fuerzas en su debilidad.
Una vez que entendemos la soberanía, prioridades y suficiencia del Señor, podemos actuar como lo hizo Pablo: con gozo. Cuando el poder de Cristo se perfecciona en nosotros, podemos tener gozo en cualquier dificultad. La negativa del Señor a darnos alivio no significa que nos haya abandonado; más bien, es evidencia de su amor que busca nuestro bien eterno.
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