Según la manera de pensar del mundo, los hombres importantes son los que tienen autoridad, prominencia y poder. Aunque Jesucristo tenía todo eso, lo dejó a un lado para convertirse en siervo (Is 42.1).
El Señor Jesús se entregó por completo para cumplir el plan de redención de su Padre, a pesar de que nosotros no éramos dignos. Dios es santo y justo, y no puede estar en presencia del pecado (Hab 1.13). Eso incluye a toda la humanidad (Ro 3.23). Toda persona nace cautiva a los deseos de la carne (Ro 6.16-18). Cuando alguien dice que está viviendo de acuerdo con “sus propias reglas”, en realidad está al servicio de lo que apetece su naturaleza humana. El castigo por ese falso sentido de libertad es la muerte (Ro 6.23).
El supremo acto de servicio del Señor Jesús fue dar su vida en rescate por muchos (Mt 20.28). La palabra “rescate” se refiere al precio pagado para liberar a un esclavo —Cristo compró voluntariamente nuestra libertad. Había solo una manera de que Dios pudiera quitar nuestra culpa y permanecer fiel a su propia ley: que alguien sin pecado tuviera que pagar nuestra deuda de pecado.
El sacrificio de Cristo nos salvó de la condena que merecíamos. En vez de eso, recibimos el regalo de la gracia, y hemos sido declarados inocentes. Además, pasamos de ser esclavos, a ser hijos del Todopoderoso.
Cristo cumplió el propósito del Padre con fidelidad y no se reservó nada para sí, dándonos el mejor ejemplo de lo que significa ser siervo.
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