Veneno amargo
Leer | Efesios 4:31-32
Imagine a un científico triste, deprimido y encorvado en su laboratorio. Sus ojos están entrecerrados y sus labios fruncidos. Sus dedos están añadiendo una pizca de esto y un poquito de aquello al líquido verde en el tubo de ensayo que tiene en frente. Sus pensamientos son una mezcolanza de recuerdos; su corazón, un añejo mosaico de odio por un agravio que sucedió hace mucho tiempo. Está pensando en la persona que le hirió, mientras prepara un veneno para el ofensor.
Parece el extracto de una película antigua, ¿verdad? Pero es aquí donde la escena cambia de dirección. Imagine a ese mismo científico dando un suspiro de alivio cuando se endereza, maravillado del líquido de venganza que ha creado. Entonces dice: “Esto le enseñará” —y se bebe el veneno.
Ese es un giro sorpresivo que no esperaríamos en una película. Sin embargo, hay una buena posibilidad de que usted haya hecho esto mismo en un momento u otro.
La amargura es una toxina que preparamos para otra persona, pero después nos la bebemos nosotros mismos. Es una dosis concentrada de veneno emocional, a menudo un veneno que preparamos cuidadosamente y desarrollamos a lo largo de años. Cuando reaccionamos a la mala acción de alguien replegándonos y dando rienda suelta a fantasías de venganza y hostilidad, estamos envenenando lentamente nuestro corazón y nuestra mente.
Pídale a Dios que le muestre cualquier señal de veneno que haya en su ser. Dígale después que le ayude a administrar una dosis del antídoto: el perdón.
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