¿Qué quiere que Cristo haga por usted? Esta fue, esencialmente, la misma pregunta que el Señor le hizo a la madre de Jacobo y Juan. Antes de que la menospreciemos por pedirle que diera a sus hijos un lugar de prominencia y autoridad, debemos detenernos a pensar en lo que nosotros le pediríamos a Jesús. ¿Habría algún interés egoísta en nuestra petición?
Todos hemos nacido con una naturaleza egocéntrica que se mantiene incluso después de ser salvos y que se manifiesta de varias maneras. Por otra parte, vivimos en una cultura que clama por grandeza y nos dice constantemente que nos impongamos para tener éxito o conseguir lo que sea legítimamente nuestro. Pero lo que Jesús enseñó acerca de la grandeza es exactamente lo contrario: volvámonos servidores de los demás (Mr 9.35).
La grandeza verdadera no se mide en la Tierra sino en la eternidad. Cuando estemos ante el tribunal de Cristo, Él reconocerá la humildad en vez de los logros terrenales. Esto no significa que los cristianos debamos rechazar posiciones de prominencia, sino que debemos aceptar esos roles como oportunidades para ser mayordomos de Cristo y servidores de todos.
Las personas humildes entienden quiénes son, y quién es el Señor. Le reconocen como la fuente de su vida y de todo lo que tienen, tanto posesiones como habilidades. Su misión en la Tierra es usar todo lo que Dios les ha confiado, ya sea grande o pequeño, de una manera que le glorifique a Él y que sea de bendición para los demás. Aunque es poco probable que alguien nos alabe por nuestra humildad en esta vida, debemos recordar que la recompensa de un verdadero siervo se obtendrá únicamente en la eternidad.
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