LLAMADOS A BENDECIR Marzo 25
De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3.16
Quiero invitarle a que haga un pequeño ejercicio conmigo.
Vamos a tomarnos, por un momento, el atrevimiento de acortar este versículo, de
modo que al leerlo diga: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio». Lea
dos o tres veces esa frase y sienta como la palabra «dio» comienza a cobrar
fuerza.
Si deja que la frase vaya penetrando en su mente y
corazón, comenzará a notar que está en contraposición a lo que es nuestra idea
del amor. En la definición moderna del amor, el concepto de dar no es muy
prominente. Al contrario, pensamos casi exclusivamente en lo que los otros
tienen que darnos a nosotros. El término «amor», en sí, es casi un sinónimo de
la palabra «sentimiento». Por esta razón, cuando ya no hay sentimientos decimos
que ya no existe el amor.
Este concepto rara vez sufre modificaciones en nuestra
vida espiritual. De esta manera, moverse en el amor de Dios no significa más
que vivir buscando que él nos diga cosas lindas y afirme lo mucho que nos ama.
Va acompañado de la posibilidad de presentar delante de él una lista
interminable de pedidos que, de ser concedidos, nos beneficiarán casi
exclusivamente a nosotros. En resumen, seguimos siendo casi iguales a lo que
éramos antes de convertirnos.
La profundidad de nuestro egocentrismo lo vi ilustrado en
el testimonio de una señora que contó que unos ladrones habían entrado en la
casa de sus vecinos, llevándose todo lo que esta pobre gente tenía. La razón
por la cual esta mujer quería dar gracias era «porque a mi no me llevaron nada.
¡Gloria a Dios!» ¿Qué clase de cristianismo es este que, lejos de pensar en la
posibilidad de bendecir al que fue tocado por la desgracia, me lleva a
regocijarme porque yo salí ileso de la situación?
Lea otra vez nuestra versión adaptada de Juan 3.16: «De
tal manera amó Dios al mundo, que dio». ¿Llega usted a distinguir la diferencia
en el enfoque? El acento está en el dar. Se nos presenta un cuadro en el cual
el amor se traduce en acción por los demás. Esta clase de amor no espera, toma
la iniciativa. No demanda, sino que se entrega. No se concentra en el beneficio,
sino que se sacrifica. ¡Qué diferencia con lo que nosotros llamamos amor!
¿Cómo hemos de seguir a este Dios, sin contagiarnos de la
misma actitud? La verdadera manifestación de una obra profunda del Espíritu en
nuestras vidas tiene que producir un deseo incontenible de bendecir a los
demás. La vida espiritual nos lleva a sacar los ojos de lo nuestro, para
empezar a fijarnos en las personas que necesitan desesperadamente el amor de
Dios.
Para pensar:
El gran evangelista
Dwight Moody alguna vez dijo: «Un hombre puede ser un buen médico sin amar a
sus pacientes; un buen abogado sin amar a sus clientes; un buen geólogo sin
amar la ciencia; pero nunca podrá ser un buen cristiano si no tiene amor».
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica,
Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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