El amor perfecto de Dios
Leer | 1 Juan 4:7-9
Fuimos creados para ser miembros de la familia de Dios y recibir su amor perfecto. De hecho, por el sacrificio de su Hijo Jesucristo, Él demostró lo mucho que nos ama.
Cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador, nos convertimos en hijos de Dios y experimentamos su amor incondicional. El amor que Dios nos tiene no varía en calidad ni cantidad. Nunca terminará, y ni aun disminuirá. Ninguna circunstancia puede hacer que el Señor deje de amarnos. Varios relatos del Nuevo Testamento ejemplifican esto:
• Pensemos en el centurión romano que le pidió a Jesús que sanara a su criado. ¿Fue ignorada la petición del soldado, porque no era uno del pueblo elegido de Dios —los judíos? No. Al ver la fe genuina del hombre, el Señor le concedió su petición por amor a él (Lc 7.2-10).
• Jesús dio su perdón al ladrón en la cruz, que puso su fe en Él (23.39-43).
• Antes de su conversión, Saulo de Tarso estaba convencido de que Jesús no era el Mesías prometido, y de que sus seguidores debían ser reprimidos. Por eso, el futuro apóstol Pablo persiguió a los judíos cristianos, y profirió amenazas de muerte contra la iglesia. El amor de Dios no dejó fuera ni siquiera a un enemigo de sus hijos. En el camino de Damasco, el Señor se le apareció con un ofrecimiento de salvación, y le encomendó un gran trabajo —la evangelización de los gentiles (Hch 9.15).
La mente humana no puede comprender plenamente el amor divino. En Cristo, los ladrones, los perseguidores y quienes puedan parecer los menos probables, son todos amados por igual.
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