Dios, a veces, nos parece muy lejano. En esos momentos nos preguntamos qué tan involucrado está en nuestra vida. Es entonces cuando debemos confiar en lo que ha dicho en las Sagradas Escrituras.
Por ejemplo, Salmo 139.13-17 dice que el Señor nos formó en el vientre de nuestra madre; Él nos ama incondicionalmente y tiene planes de prosperar nuestra vida espiritual a través de su Hijo (Fil 1.6). Estas verdades nos confirman que Dios nos conoce mejor que nadie.
La vida del Señor Jesús es otro testimonio del deseo de Dios de relacionarse con nosotros. El Señor siempre buscó a los que estaban lejos para invitarlos a acercarse a Él. Dio palabras de aliento a sus discípulos y a otros seguidores, les enseñó las profundas verdades que había recibido de su Padre (Jn 7.16), y los responsabilizó de sus acciones. Invitó a algunos a acompañarles en sus profundas experiencias personales, como en la transfiguración y la última noche en Getsemaní (Mr. 9.2; Mt 26.36, 37). Todo esto revela una amistad verdadera.
La muerte de Jesús en la cruz hizo posible que pasáramos a formar parte de la familia de Dios. El Espíritu Santo, el guía y compañero que mora en todo creyente, da testimonio también de la cercanía de Dios y de lo bien que nos conoce.
Dios ha hecho posible que tengamos intimidad con Él, pero nosotros a menudo no queremos. Por causa de los intereses terrenales le damos mayor prioridad a nuestros familiares y amigos. Dispóngase a poner a Dios en primer lugar, y búsquelo con todo su corazón (Mr 12.30).
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