Juan 3:16-19
Por la fe en el Señor Jesús, pasamos de nuestra condición perdida a la adopción en la familia de Dios. A menos que pongamos nuestra fe en Cristo, nos enfrentamos a la separación permanente del Padre celestial. En el día del juicio, el destino eterno de cada persona será determinado según su estado espiritual. Los miembros de la familia de Dios vivirán en el cielo con Él. Pero quienes permanezcan ciegos a la verdad divina, que se encuentra solamente en Cristo, serán enviados a una vida de tormento eterno (Ap 20.12-15).
Muchas personas tienen problemas para compaginar esta enseñanza con el concepto de un Dios amoroso. Razonan que el amor no condenaría a nadie al tormento. La verdad es que el Padre celestial desea la reconciliación con el hombre, no la separación. Su amor por nosotros lo motivó a darnos todo lo que necesitamos para recibir perdón y así reconciliarnos con Él. La persona tiene la alternativa de rechazar o aceptar la provisión de Dios de Jesús como el remedio al problema del pecado. Una persona no salva no puede culpar a Dios por su estado eterno; su sufrimiento se deberá a su rebeldía contra el Señor.
Otra objeción común es “El amor debe aceptar a la persona, basándose en su moralidad y sus buenas obras”. Este argumento da por sentado que Dios pasa por alto el pecado, y que basa su decisión en la conducta de la persona. Pero, por Él ser santo y justo, no permitirá que el pecado quede impune. No obstante, por su gran amor, proveyó un medio para que nuestra deuda de pecado fuera pagada, por medio de la muerte expiatoria de Jesucristo.
Dios no actúa con favoritismo. Él brinda su amor a todo el mundo perdido, e invita a todos a venir a Él por medio de la fe en su Hijo Jesucristo.
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