Tuesday, April 16, 2013

¡PEOR QUE LA DESOBEDIENCIA!


¡PEOR QUE LA DESOBEDIENCIA!                   Abril 16
Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: «¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal. Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida». Jonás 4.1–3
Un santo, Henry Smith, observó en cierta ocasión: «¡El pecado justificado doble pecado es!» ¡Cuánta verdad hay en esta declaración! No cabe duda que la desobediencia es detestable a nuestro Dios. A este pecado, sin embargo, se le agrega uno que es aún más despreciable: nuestra incurable tendencia a justificar nuestro pecado, ya sea delante de los hombres o delante del Señor mismo. ¿Ha notado cuántas veces los relatos de desobediencia van acompañados de esta lamentable tendencia? Adán, confrontado, dijo: «la mujer que me diste». Eva, confrontada, dijo: «La serpiente me engañó». Aarón, confrontado por hacer el becerro de oro, dijo: «¡Yo no hice nada, sino que tiré el oro al fuego y este becerro salió solo». Saúl, confrontado por su desviación de la palabra, dijo: «No fui yo, sino el pueblo que estaba conmigo».
¡Cuántas veces usted y yo hemos hecho lo mismo! Piense en todas esas ocasiones que condenamos rotundamente en otros aquello que nosotros mismos también hacemos. En nuestro caso, no obstante, siempre tenemos una elaborada explicación para demostrar que, en realidad, nuestro pecado no es pecado; mas el pecado del otro sí lo es.
A pesar de todo esto, nuestros argumentos no convencen a Dios. El Señor no castigó a Adán por el pecado de Eva, ni a Eva por el pecado de la serpiente, ni al pueblo por el pecado de Aarón, ni a los israelitas por el pecado de Saúl. Cada uno recibió el justo y merecido pago por sus propios pecados. Así también será en su vida y la mía. Ante su trono nuestros argumentos serán como paja que se lleva el viento. «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo» (2 Co 5.10).
Para pensar:
Existe un camino más corto y sencillo para nuestras rebeliones. Es el de la humilde confesión que viene de un corazón contrito y quebrantado. Tal es la confesión del gran rey David, en el Salmo 51.3–4: «Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio». Como líder usted tiene el desafío no solamente de andar en sencillez de corazón, sino también de darle ejemplo de esto a su pueblo. Qué su pueblo le pueda conocer como una persona que no tiene permanentes justificativos para lo que claramente no es justificable. Elija el camino de la confesión sin rodeos. ¡Le hará bien a usted, y también a los que está formando!


Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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