Aquí continúa nuestra conversación con más enseñanzas acerca de la vida fructífera.
Leer | Juan 15.4-8
6 de octubre de 2014
Aquí continúa nuestra conversación con más enseñanzas acerca de la vida fructífera:
—Hijo, hay una tercera cosa que quiero que sepas: Estoy trayendo a otros para que hagan el viaje contigo. Búscalos.
—Pero, Señor, ya tengo suficiente con mis responsabilidades y mis problemas.
—Hijo, tienes que poner a un lado tus asuntos, y ayudar a otros a hacer el viaje.
—No puedo hacer más. Estoy demasiado ocupado.
—Yo elegiré tus prioridades.
—Estoy demasiado cansado.
—Te daré descanso. Ahora, aquí está la cuarta lección: Tienes que someterte a mi plan.
—¿Me explicarás lo que estás haciendo?
—A veces, aunque no siempre.
—Pero ¿y si tu plan no tiene sentido para mí?
—No confíes en tu entendimiento; sigue caminando hacia donde yo te dirija.
—Pero, Padre, ¿y si no quiero ir por ese camino? ¿Qué tal si me resulta demasiado difícil?
—Ah, ahora sí estamos en el meollo del asunto, que es la quinta lección: Una vida fructífera se tiene solamente cuanto está rendida a mí. Esa clase de vida se caracteriza por ser muy semejante a la vida de mi hijo Jesucristo. En otras palabras, la vida fructífera es una vida llena del fruto del Espíritu (Gá 5.22, 23). En esta relación, yo, Dios, soy quien manda. Tu parte es cooperar y someterte a mi plan. Ahora que conoces las instrucciones, ¿todavía quieres seguirme? Piénsalo con cuidado.
—Sí, Padre ¿A quién iría? Creo en ti, y quiero que seas mi guía.
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