El Príncipe de Paz
Cristo no solo logró nuestra paz con Dios; también nos da su paz.
Leer | Isaías 9.6, 7
25 de diciembre de 2014
El pasaje bíblico de hoy es uno de los típicos de Navidad. Nos encanta que un niño haya nacido en un establo, y que el Hijo de Dios nos haya sido dado desde el cielo. También encontramos mucho consuelo en sus nombres: “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (v. 6). Pero de vez en cuando podemos preguntarnos por qué hay tanto caos e inseguridad en el mundo si Jesús es el Príncipe de Paz. Aunque este versículo es, básicamente, una profecía en cuanto al futuro reino de Cristo, los títulos del Señor reflejan también su razón para venir al mundo hace 2.000 años, y de su actual ministerio para con nosotros.
La primera responsabilidad de Jesús, como el Príncipe de Paz, fue reconciliar a la humanidad pecadora con su Padre. Al pagar el castigo de los pecados del mundo, Él hizo posible que todos los que crean en Él tengan paz con Dios (Ro 5.1). Cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador personal, nuestros pecados son perdonados y nos convertimos en miembros de la familia de Dios.
Cristo no solo logró nuestra paz con Dios; también nos da su paz (Col 3.15). Esta es una sensación de tranquilidad, calma y serena confianza que no depende de las circunstancias. Es como las profundidades del mar durante un violento huracán; hay turbulencia en la superficie, pero a 30 metros de profundidad, todo está tranquilo.
Con el agite de la Navidad, la serenidad es algo que todos anhelamos, pero a menudo parece fugaz. La única manera de tenerla es dejando que el Príncipe de Paz gobierne nuestras vidas.
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