Como embajadores de Dios en el mundo, la conducta irresponsable no corresponde con quienes somos en Cristo.
Leer | 2 Tesalonicenses 3.7-10
12 de octubre de 2015
El Señor ha nombrado a los creyentes sus embajadores en el mundo. Como sus seguidores, debemos representarlo con nuestro carácter, conducta y conversación cada vez que inter–actuemos con las personas que nos rodean.
Dios espera que seamos diligentes en lo que hagamos, y que realicemos bien nuestro trabajo. Sin embargo, en la actualidad es muy fácil volverse víctima de la pereza. Este pecado es peligroso para la vida del creyente, por el daño potencial que puede ocasionar; es capaz de arruinar nuestro testimonio y relaciones afectivas, y hacernos desaprovechar los dones que el Señor nos ha dado. Uno de los resultados negativos de este estilo de vida es un carácter considerado poco honesto e indigno de confianza.
La pereza demuestra con frecuencia la tendencia a postergar las cosas. Por ejemplo, a pesar de que decimos que tomaremos acción, retrasamos una y otra vez la ejecución. O podemos comenzar un proyecto, y luego encontrar razones para no terminarlo. La negligencia es otra manifestación, aunque hacemos el intento de cumplir con nuestras responsabilidades, éstas se llevan a cabo de manera esporádica o incompleta. Las relaciones con nuestros seres queridos son descuidadas, y las necesidades de los demás son ignoradas.
La conducta irresponsable no corresponde con quienes somos en Cristo. Si usted reconoce que ha sido negligente en algún aspecto de su vida, ore diciendo: “Señor, no he vivido como debía, y te pido que me perdones. Decido apartarme de toda actitud de pereza y de toda conducta negligente. Te ruego que me ayudes a seguir adelante, y a convertirme en alguien diligente para ti”.
Biblia en un año: Mateo 27-28
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