Una de las primeras verdades que un niño aprende en la iglesia es que Dios es bueno. La sencillez de esta declaración enmascara la profundidad de ese notable atributo del Señor. Él es absolutamente santo y perfecto, lo que significa que solamente Dios es la norma de toda verdad. Y puesto que la expresión de la bondad del Padre se revela en sus acciones, todo lo que Dios hace es bueno y justo, pues no puede violar su misericordiosa naturaleza.
Dios también es inmutable y, por tanto, su relación con nosotros está determinada por su carácter, no por nuestra conducta. Aunque estemos viviendo en rebeldía, Él sigue siendo bueno. Como un Padre celestial amoroso, responde con disciplina para restaurar la relación que tiene con nosotros, no para destruirnos por ser rebeldes.
La bondad del Señor se expresa de una multitud de maneras. Él es nuestro Creador y nosotros somos su pueblo. Cada respiración la recibimos de Dios. Como nuestro amoroso Pastor que vela por cada uno de sus hijos, Él provee para cada una de nuestras necesidades. Pero la mayor expresión de la bondad de Dios, es la cruz de Cristo. Lo que parecía ser desde una perspectiva humana la mayor crueldad e injusticia, era la única manera de redimir a la humanidad de su separación eterna del Señor.
Creer en la bondad de Dios es uno de los pilares de nuestra fe. Esta verdad nos llena de alegría en los momentos felices, y nos da confianza cuando la vida es dura, injusta o dolorosa. Cuando no entendamos lo que el Señor está haciendo, podemos confiar en su amor, y saber que es bueno.
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