A veces, las personas siguen siendo prisioneras de la culpa mucho tiempo después de que este sentimiento debería haberse resuelto. Para algunos es natural que sea así, porque se niegan a abandonar el pecado que la produjo. Por otra parte, otros sufren el peso de la culpa falsa, ya que albergan una vergüenza que ya no deberían tener. Cualquiera que sea la causa de su autocondenación, el plan de batalla sigue siendo el mismo.
La victoria sobre la culpa comienza con la comprensión de que el Salvador llevó nuestra vergüenza a la cruz y pagó nuestro castigo. Sin Jesús, la deuda no habría sido pagada, porque no hay manera de que podamos pagar por nuestro pecado. Pero necesitamos identificar sinceramente la fuente de nuestra culpa y confesarla ante Dios. Eso significa, primero, reconocer que Dios llama pecado a lo que hicimos; y segundo, arrepentirnos y apartarnos del mal para hacer lo correcto.
Confrontar la culpa de esta manera sustituye nuestra vergüenza con paz y alegría. Además, nos da sabiduría para hablar de eso con otros. La franqueza en cuanto a nuestros errores del pasado puede ayudar a que los que están en nuestra esfera de influencia lleguen a conocer al Señor. Por medio de nuestro testimonio, Dios puede llegar a otros que necesitan que sus cadenas de culpabilidad sean rotas.
La batalla para vencer el sentimiento de culpa es una que no debería demorarse. Este sentimiento no se marchará solo. Verdadera o falsa, su autocondenación debe ser tratada con rapidez. Es hora de ponerle fin a su cautiverio, y empezar a caminar en el gozo de la bendición de Dios.
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