El tiempo es un bien muy preciado en nuestra apresurada sociedad, por eso es también un regalo de enorme valor que podemos dar a los demás.
Jesucristo fue el mejor modelo a seguir en cuanto al manejo equilibrado del tiempo. Tuvo asuntos de suma importancia de los cuales ocuparse y, sin duda, su prioridad fue hacer la voluntad del Padre (Jn 6.38); sin embargo, en ninguna parte de la Biblia encontraremos un versículo que diga: “Corrió a Betania”, o “regresó apresuradamente a Galilea”. Dondequiera que iba era sensible a las necesidades de las personas a su alrededor, a las que ayudaba con amor. Nunca estuvo demasiado ocupado para no ser interrumpido.
Justo antes de ir a la cruz para llevar a cabo la obra más importante de su vida, Jesús se detuvo para ayudar a un pobre mendigo ciego, que era un don nadie a los ojos de la sociedad. Aunque la redención de la humanidad era de vital importancia, el Señor se preocupó lo suficiente por el sufrimiento de una humilde persona, como para detenerse y aliviar su sufrimiento.
Si el Señor permitió ser interrumpido en el camino a la cruz, ¿no se detendrá también para escuchar cuando le clamemos en nuestra angustia? Él nunca está demasiado ocupado gobernando el universo como para dejar de escuchar el clamor de sus hijos.
Para seguir el ejemplo de Jesús, tenemos que preguntarnos: ¿Estoy dispuesto a ser interrumpido? Somos administradores de todo lo que Dios nos da, incluyendo nuestro tiempo. Considere este valioso bien un recurso para ser utilizado con amor cuando tenga que tender una mano de ayuda, tal como lo hizo Cristo. Hoy, dedíquele tiempo a alguien que lo necesite.
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