David se regocijaba en la aflicción porque las pruebas le permitían conocer más a Dios. Las lecciones de constancia, gracia y provisión del Señor eran más valiosas para él que el dinero. Además, el corazón y el espíritu de David se enriquecían, también.
La aflicción actúa como un fertilizante espiritual en la fe del creyente. Analice la búsqueda radical del Señor que David desarrolló mientras huía de un rey asesino. Los años transcurridos entre su victoria sobre Goliat y su ascensión al trono fueron físicamente exigentes y emocionalmente agotadores. Pero los problemas hicieron del futuro rey un líder sabio, un guerrero astuto y un siervo humilde de Dios.
Los salmos de David revelan que sus luchas le enseñaron la dependencia en Dios (Sal 4), la perseverancia (Sal 13) y muchas otras valiosas cualidades espirituales. El Señor también lo confortaba mientras ensanchaba la fe del guerrero y poeta (Sal 86.17). Tal y como Dios lo dispuso, las palabras de David nos ofrecen consuelo cuando pasamos por momentos de sufrimiento.
Dios moldea a sus hijos por medio de la aflicción para convertirlos en dadores de consuelo (2 Co 1.4). El mensaje que ofrecemos es el que aprendimos en nuestras pruebas: Que Dios es al Único que necesitamos. Él puede satisfacer las necesidades cuando el foso sea profundo, los obstáculos gigantes o el sufrimiento prolongado.
Segunda a los Corintios 2.14 nos dice que los creyentes son un olor grato en el mundo. A quienes Dios lleva al triunfo sobre la aflicción, se convierten en la fragancia de su cuidado. Llevamos ánimo y alivio a los que sufren, y el mensaje del amor de Cristo.
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