Aunque la palabra Trinidad no se encuentra en la Biblia, la verdad de ella sí. Aunque hay un solo Dios, la Deidad se compone de tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todas son igualmente omniscientes, omnipotentes, omnipresentes, eternas e inmutables, pero cada una tiene funciones exclusivas.
La Biblia enseña cómo cada miembro de la Trinidad cumple con su papel específico, y también la manera como se interrelacionan estos roles. Permítame expresar esta idea en términos sencillos: el Padre crea un plan, Jesucristo lo ejecuta y el Espíritu Santo lo dirige.
La redención muestra estas funciones de una manera clara. El Padre concibió y organizó la manera en que sería redimida la humanidad (Gá 4.4, 5). Puso en marcha un complejo conjunto de acontecimientos, acciones y profecías que culminaron en la vida y muerte de un Salvador. El Hijo llevó a cabo el plan (Jn 6.37, 38). Siguió las instrucciones del Padre de venir a la Tierra, aunque eso significaba que tendría que morir. El Espíritu Santo se encarga de que cada persona sienta el llamamiento a la gracia salvadora de Dios (Jn 16.8; Ro 1.19, 20). Además, transforma la vida y el corazón de quienes reciben la salvación por medio de Jesucristo.
Padre, Hijo y Espíritu Santo son iguales en sus atributos divinos. Pero se relacionan con la humanidad de una manera diferente para cumplir con funciones distintas, porque cada uno tiene una función específica. Es muy importante entender esta diferencia. No tenemos tres dioses; sino un solo Dios en tres personas que funcionan de manera integrada, particular y perfecta.
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