La fe genuina tiene su base en la Biblia y abraza sus principios eternos. La fe verdadera cree en que Dios es quien dice ser y en que hará todo lo que ha prometido.
Tal fe es digna de ser compartida con otros. Para empezar, podemos expresar verbalmente nuestras convicciones. Pero, más allá de eso, podemos ser ejemplos de personas de fe, una manera efectiva de tener una influencia positiva a favor de Cristo.
Cuando estaba en la escuela secundaria, fui a visitar a mi abuelo durante una semana. Pasamos mucho tiempo conversando; escuchaba con atención lo que decía, y me habló de las maneras como Dios había actuado en diversas situaciones de su vida a lo largo de los años. Al final de esa semana, regresé a casa pensando: “Señor, si hiciste eso con mi abuelo, ¿qué harás en mi vida?”. El estar esos días con él fortaleció mi fe.
También fui influenciado profundamente por las muchas veces que escuché a mi madre orar. En las circunstancias difíciles, ella se arrodillaba conmigo junto a la cama para hablar con nuestro Padre celestial. En esos momentos, aprendí que podemos confiar en el Señor cuando las cosas se vuelven difíciles o, incluso, imposibles. También aprendí que Dios es fiel y que podemos contar con Él.
La congruencia y la perseverancia son aspectos importantes para poder transmitir nuestra fe. Los hijos notarán si vivimos lo que decimos, y si seguimos confiando en Dios en medio de problemas. Podemos usar nuestras pruebas para mostrar cómo reacciona una persona de fe. Si vivimos de verdad nuestra fe, estaremos transmitiendo algo más valioso que el oro o la plata.
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