1 Corintios 8.9-12
¿Cómo toma usted sus decisiones? ¿Piensa ante todo en sus propios intereses? ¿O considera cómo afectarán sus acciones las convicciones y las vidas de otros? Desde el momento en que tuvimos fe, todos hemos tenido que disciplinar nuestra conciencia para que se fortalezca. También es importante usar el discernimiento para que podamos evitar herir a un creyente más débil.
Algunos cristianos nunca se detienen a pensar que sus decisiones pueden dañar o destruir la fe de otra persona. Justifican su comportamiento diciendo que Dios no los culpa por ello. Aunque no se entregan necesariamente a actos pecaminosos, sus defensas espirituales han crecido lo suficiente como para permitirles hacer cosas que no habrían hecho en las primeras etapas de su andar espiritual. Pero estos creyentes no comprenden que los nuevos creyentes están observando cómo viven su fe. Cuando los “más débiles” siguen el ejemplo que ven, la nave de su fe puede naufragar por una conciencia perturbada o confundida, en vez de fortalecida.
Pablo culpa al cristiano “más fuerte” por estos naufragios. Dice que somos responsables no solo por nuestras acciones, sino también por el efecto de esas acciones. Al final, debemos preocuparnos más por el “hermano por quien Cristo murió”, que por nuestras necesidades o deseos (1 Co 8.11).
Puesto que nuestra fe está a la vista de todo el mundo, Dios promete recompensas, pero insiste en la responsabilidad. Una de las recompensas es la libertad de la condenación. Pero esa libertad no significa licencia para hacer lo que nos plazca sin considerar a quienes nos observan. Por medio del Espíritu Santo, debemos discernir el bien mayor y actuar conforme al mismo.
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