Nuestro Salvador le ama profundamente, lo suficiente como para morir en su lugar y enviar a un Ayudador para morar en usted.
Leer | Juan 14.16, 17
19 de agosto de 2015
Uno de los sentimientos más dolorosos es la soledad. Por supuesto, hay momentos en la vida cuando la soledad es inevitable. Pero, puesto que Dios ha enviado a su Espíritu para morar en nosotros, nunca estamos realmente solos. Él está con nosotros y es accesible cada segundo de cada día. Jesús se refirió al Espíritu Santo como nuestro Consolador o “Ayudador”.
Pensemos en las maneras que el Espíritu Santo nos ayuda en la vida de oración. Primero, nos pone la carga de orar. ¿Alguna vez sintió una fuerte sensación de que necesitaba pasar tiempo con el Señor? Quizás no estaba seguro de por qué razón. Era el Espíritu tocándole. Él tiene muchas razones para hacerlo; por ejemplo, porque sabe que usted necesitará fuerzas para enfrentar una crisis inminente. O a veces nos anima a confesar un pecado para que nuestra comunión con el Padre no se vea obstaculizada.
Segundo, el Espíritu de Dios intercede por nosotros. Hay veces que no sabemos cómo orar, cuando la tristeza o impotencia nos abruman hasta el punto de que las palabras no nos salen. Lo único que podemos hacer es llorar. Si embargo, el Espíritu suplicará en representación nuestra, porque Él comprende la profundidad de nuestros pensamientos, sentimientos y necesidades, y los traduce en súplica efectiva de acuerdo con la voluntad del Padre.
Nuestro Salvador le ama profundamente, lo suficiente como para morir en su lugar y enviar a un Ayudador para morar en usted. ¡Qué privilegio tan grande! ¿Reconoce usted su poder y su amor a lo largo del día? Él anhela consolarle, darle fuerzas y guiarle en todo momento.
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