Durante miles de años, el pueblo judío había tenido un conjunto de instrucciones especiales para su evento más importante del año —la Pascua. Rebosante de drama y de intensidad, la Pascua incluía un orden de palabras, símbolos, alimentos, sabores, olores y rituales cuidadosamente preparados. Por tanto, si el padre de la familia se salía de lo pautado mientras dirigía la comida pascual, todos los presentes lo notarían de inmediato.
Y eso es exactamente lo que sucedió cuando el Señor reunió a sus discípulos al aproximarse a su muerte. La noche comenzó como la de una típica comida de Pascua; estaban celebrando la cena de la misma manera que los judíos habían hecho durante siglos . . . hasta que Jesús se salió de lo acostumbrado y comenzó a hablar de sí mismo. Cuando tomó el pan de la Pascua en sus manos, dijo algo absolutamente sorprendente: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mt. 26.26).
La Pascua tenía que ver básicamente con la liberación de un pueblo en particular (los judíos), de la esclavitud a la libertad verdadera. Pero toda la historia de la Biblia apuntaba a una liberación aun más profunda de una servidumbre más trágica —la liberación del pecado de toda la humanidad. Mientras sostenía el pan en sus manos, Jesús anunció tranquilamente que su cuerpo partido sería la única fuente de esa profunda y universal salvación y libertad.
“Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lc 22.19) —algunos historiadores de la iglesia llaman a esta frase “las palabras de institución”, porque nuestro Salvador estaba instituyendo o inaugurando un nuevo capítulo en la historia acerca de Dios y del género humano. Pero notemos que Jesús se apartó de la tradición para que supiéramos que este nuevo capítulo vendría por medio de su iniciativa, no de la nuestra.
Aun cuando estaba siendo entregado a la muerte, el Señor estuvo actuando misericordiosamente para salvarnos, perdonarnos y bendecirnos. En cada paso, es Jesús quien lo da. Jesús escribe (o modifica) lo establecido. Nos da la Cena del Señor, una comida para que la tengamos juntamente con Él —con Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida”.
Y con un simple trozo de pan, Jesús declara cómo viene la salvación —no por nuestros esfuerzos, sino por su gracia; no como un proyecto humano, sino como un regalo divino.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.