Friday, March 25, 2016

LA CRUZ DE CRISTO | Ann-Margret Hovsepian | 3/25/16

En los tiempos del Antiguo Testamento, las personas expiaban su pecado por medio de sacrificios de animales. Pero eso era una medida temporal, ya que la sangre de los toros y de los machos cabríos solo cubría el pecado sin quitarlo (He 10.4). Sin embargo, la ofrenda de animales apuntaba hacia la solución definitiva: la sangre derramada de Jesús en la cruz —el sacrificio perfecto y de una vez por todas para el perdón de los pecados.

El Calvario no fue una solución improvisada para corregir el sistema original; el plan desde el principio fue que Jesús diera su vida por nosotros (Mt 20.28). La Escritura dice que Dios nunca estuvo satisfecho plenamente con holocaustos, no importa cuánto le habían costado a la persona que buscaba el perdón (He 10.5-7). Para erradicar el pecado, había que ofrecer la perfección. Por eso vino Jesús (Fil 2.7, 8) —y por eso la cruz es un recordatorio del sacrificio más grande jamás hecho por amor.

La cruz es también un ejemplo que Cristo nos dejó. Cuando Santiago exhortó a los creyentes con las palabras: “Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Stg 1.2), probablemente recordaba cómo el Señor “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz” (He 12.2). Jesús dijo a quién quisiera ser su seguidor: “Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lc 9.23, 24). Billy Graham dijo: “Fue lo mismo que decir: Ven y trae tu silla eléctrica contigo. Toma la cámara de gas, y sígueme”. Él no tenía en mente una hermosa cruz de oro, ni una cruz en la torre de una iglesia, o en la portada de una Biblia. Jesús tenía en mente un lugar de ejecución.

Dios no nos exige nuestra sangre para nuestra expiación, sino que quiere darnos vida de una manera diferente —como un sacrificio vivo (Ro 12.1), ofrecido en el servicio a su reino. La cruz de Cristo es más que el madero en el que su cuerpo fue clavado hace casi 2.000 años. Es más que un símbolo de lo que el Señor Jesús hizo por nosotros. La cruz debe ser un recordatorio constante de la deuda que tenemos para con Dios, y de la disposición de vivir para Él, o de morir por Él.

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