Las experiencias en el valle son aquellas en las que el dolor es tan grande, o el problema tan difícil, que nos resulta imposible soportarlos. Al igual que una ola de dos metros que se estrella contra la playa, las circunstancias amenazan con aplastarnos.
Para ser realistas, nosotros mismos somos los responsables de algunas de estas situaciones. Cuando decidimos desobedecer a Dios, podemos ir a parar a una situación dolorosa, empeorada por saber que nuestra relación con Él se ha enfriado (1 Jn 1.6). Otras veces, son las acciones de otros las que nos producen sufrimiento: quizás un despido inesperado del trabajo, una infidelidad conyugal o la traición de un ser querido. Pero también hay ocasiones en las que nuestro Padre celestial nos pone en el valle. Aunque Él puede evitarnos los problemas y el sufrimiento, prefiere no hacerlo. El Señor tiene un propósito en mente, que no se cumpliría si optamos por la salida fácil. Cualquiera que sea la fuente, las experiencias en el valle son inevitables.
El Salmo 23 utiliza cuatro palabras para referirse a ese tiempo: sombras, muerte, temor y mal. Estas palabras evocan imágenes de circunstancias abrumadoras, aflicción intensa, turbación profunda y gran adversidad. No hay manera de aligerar la prueba que está marcada por la fatiga emocional o física. Tanto la intensidad como la duración de la prueba son determinadas por la voluntad del Señor, pero Él va a nuestro lado y nos protege en medio de ella.
Dios promete que Él utilizará todo valle, aun aquellos hechos por nosotros, para bendecirnos (Ro 8.28). Nuestra parte es andar con firmeza, con la mirada firme en Él, el espíritu en armonía con su presencia, y la mente confiada en sus promesas.
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