Obedecer a Dios en las cosas pequeñas puede traer bendición a muchos. El pasaje de hoy ilustra este principio.
Simón Pedro, un pescador experimentado, había trabajado toda la noche sin pescar nada. Estaba en la playa terminando su trabajo cuando Jesús se le acercó. El Señor quería hablar desde su barca a la multitud que estaba en la orilla de la playa. A pesar de una larga e infructuosa noche de trabajo, Pedro aceptó que Jesús utilizara la embarcación. La multitud fue bendecida al ver y escuchar predicar a Cristo.
Las peticiones que Dios nos hace pueden llegarnos en momentos no oportunos o inesperados. Podemos sentirnos tentados a dejar que otra persona responda nuestro llamado, pensando que no importa quién sea el que obedezca. Pero recuerde que los planes de Dios son para nuestro bien (Jer 29.11).
Más tarde, Jesús hizo una segunda petición a Pedro: que dirigiera la barca a aguas más profundas, y que echara las redes. El pescador expresó las pocas probabilidades de pescar algo, pero hizo lo que Cristo le pidió. La obediencia de Pedro dio como resultado abundancia para la multitud, los demás pescadores, sus familias y él mismo.
Pedro no obedeció para ser recompensado, pero eso es precisamente lo que sucedió. Sus simples actos de obediencia llevaron a mayores oportunidades de servicio y de bendiciones abundantes.
Algunos actuamos como si la obediencia en las cosas pequeñas carecieran de importancia, pero la historia de Pedro nos enseña lo contrario. Comprometámonos a obedecer las instrucciones del Señor en todo, confiando en que toda obediencia será para nuestro bien.
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